 
		Javier Díaz Noci
La prensa y los medios de comunicación en lengua vasca florecieron al tiempo que lo hizo la carrera de John de Zabalo Txiki, que ocasionalmente colaboró de forma muy activa en las publicaciones periódicas de la época, especialmente en el semanario Argia de San Sebastián, con seguridad el más influyente de los redactados total o parcialmente en euskera. En las décadas de 1920 y 1930, cuando tan trascendentales acontecimientos históricos sucedieron, los medios de comunicación hicieron una labor indispensable en el proceso de socialización y de politización de los vascoparlantes, en la cual el papel reservado a la imagen se nos revela como especialmente importante. Tampoco podemos olvidar, por otra parte, la propaganda política que a través de los carteles y de otros recursos gráficos se llevó a cabo.
Argia y los cómics
            De las publicaciones periódicas íntegramente redactadas               en lengua vasca –al menos las del País Vasco peninsular–               la más importante es sin duda Argia. Creó este semanario               en 1921 un grupo de euskaldunes, laicos y religiosos, muy activo,               con el objetivo declarado de impulsar la lectura en euskera. Pronto               llegó la dictadura del general Miguel Primo de Rivera, a la               que hubo de adpatarse el semanario donostiarra, con la ayuda del gobernador               militar de Gipuzkoa, Juan Arzadun, de lengua vasca con quien, por               cierto, Miguel de Unamuno practicaba en sus vacaciones el euskera               aprendido o perfeccionado en su juventud. Tiempos duros, sin duda,               pero también productivos, pues al final de aquella década               comenzó a escribir el poeta y periodista José María               Agirre Lizardi, y también en esa década se planteó,               de su mano, la posibilidad de convertirse en 1929 en el primer diario               íntegramente redactado en lengua vasca. En la radio recién               creada (Radio San Sebastián) dos colaboradores de Argia, Ander               Arzeluz y Joseba Zubimendi, transmitieron los primeros programas en               euskera que pudieron escucharse a través de las ondas.
            También entonces, en 1927 y 1928, se discutió y llegó               a materializarse el proyecto de la primera revista de cómics               del país, en euskera. Su nombre fue Txistu, no ha llegado hasta               nosotros ejemplar alguno, pero nos demuestra bien a las claras cómo               en aquella época los vascos más activos juzgaban imprescindible               que los niños –de entonces son también las primeras               ikastolas- amasen su lengua materna, para lo cual se reservaba a la               imagen un cometido esencial. Existen algunos otros cómics –que               no revistas- anteriores, publicados en algunas revistas en euskera,               como la tira “Teles eta Niko” que apareció en Euzko               Deya de Bilbao, y que narraba las aventuras de dos niños de               igual nombre, o las que aparecieron, firmadas por un tal Otermin,               en las páginas de la revista religiosa de los capuchinos de               Pamplona Zeruko Argia. Sin embargo, y dejando a un lado el primer               intento, fallido, de crear un tebeo en euskera para niños similar               al Pepito o al propio TBO, tan conocidos en España –el               que los mencionados capuchinos de Pamplona presentaron a Euskaltzaindia,               Umeentzako euskal-ingitxoa- el logro corresponde a los donostiarras               de Argia (Gregorio Mújica entre ellos) y a varios estudiantes               vascos de arquitectura en Madrid. Fue Txistu una publicación               de vida breve, y tras ella sólo se publicó, antes de               la Guerra, otro tebeo en euskera, el que con muchos esfuerzos dio               a la luz el impresor tolosarra Isaac López Mendizabal, Poxpolin,               que se mantuvo a duras penas hasta 1936 debido a que un año               antes lo tomó bajo su cargo el Gipuzku Buru Batzar del Partido               Nacionalista Vasco, lo que da idea de la importancia política               que a todo medio de comunicación se le dio en tiempos de la               República y del matiz partidista que la mayoría de las               publicaciones en lengua vasca adquirieron.
          Lo mismo vale para Argia. Al principio se manifestaba como fuerista               y vasquista, sin otras connotaciones, y sin entrar en politiquerías.               El único propósito de sus fundadores era impulsar la               afición por la lectura en euskera. El apoliticismo se incrementó               durante la dictadura de Primo de Rivera, por hacer frente a tiempos               más bien duros. Sin embargo, fue justamente entonces cuando               comenzó a prepararse en el País Vasco y en toda España               la reacción que prepararía el camino a la República.               Era entonces el director de Argia Víctor de Garitaonandia.               Este zaldibartarra se convirtió en un convencido nacionalista,               y al llegar el nuevo régimen político el semanario se               decantó decididamente por apoyar al PNV. Tengamos en cuenta               algunos datos: por un lado, el ambiente anticlerical y antirreligioso,               del cual son ejemplos la expulsión de los jesuitas o la sufrida               por el obispo Mateo Múgica; por otro lado, también en               las propias filas del nacionalismo aconteció una nueva división,               de la que surgió el partido laico y aconfesional Acción               Nacionalista Vasca, que tuvo en el diario Tierra Vasca su portavoz.               En Argia, como en tantas otras publicaciones en euskera, la identificación               euskaldun-fededun (y, por tanto, campesino) se convirtió en               la base de su ideario, aquella que encontraba sus raíces en               Peru Abarka. La modernidad, sin embargo, seguía incansable               su camino, y esos grupos conservadores tuvieron que adaptarse. Utilizaban               los recursos de la época, con los medios de comunicación               como protagonistas. La imagen era uno de esos recursos.
Las revistas religiosas
            También el resto de los medios de comunicación vascos               hubo de adaptarse a los nuevos tiempos. En Pamplona, desde 1919, los               capuchinos editaban Zeruko Argia. Aunque pueden hallarse en la misma               algunos textos contra el comunismo, la política no era su interés               fundamental. Lo mismo hicieron otras revistas religiosas, como Jesus’en               Biotzaren Deya, de los jesuitas, Aranzazu, Ecos de San Felicísimo.               En Bizkaia se publicaba, desde 1912, otra revista religiosa: Jaungoiko-Zale,               de la asociación de igual nombre. Revista de los sacerdotes               vizcaínos, que se mantuvo tibia hasta la llegada de la República,               una vez que se impuso el nuevo régimen decidieron adentrarse               por caminos más combativos, y en 1930 comenzaron a editar otra               publicación en su lugar, también desde Amorebieta. Su               nombre no podía ser más significativo: Ekin. “Vivimos               en la época de la ilustración”, decían               en 1924 en Jaungoiko-Zale, “en el siglo de los periódicos.               La mala lectura viene vestida de revista o de periódico, que               aparecen sin vergüenza a diario por doquier”. Esa preocupación               fue una de las principales de la época en la cultura vasca.               Para hacer frente a las ideologías de izquierda en toda Europa               grupos de sacerdotes pusieron en marcha iniciativas diversas: además               de periódicos (La Croix de Dimanche era el modelo más               seguido) también impulsaron el sindicalismo católico.               También en el País Vasco se manifestó esa preocupación.               La llegada de emigrantes procedentes de otros lugares de España               para trabajar en las ciudades, a consecuencia de la industrialización,               provocó profundos cambios en el tejido social, sobre todo en               Bilbao, una ciudad que ya no hablaba en euskera y donde, no hace falta               recordarlo, Sabino Arana pergeñó su partido y su ideario               a finales del siglo XIX. En los últimos años de la dictadura               de Primo de Rivera –y la llegada de la República no hizo               sino agudizar la situación- la importancia de los sindicatos               de clase era palmaria: la mayoría de los trabajadores vascos               (unos 31.000) estaban afiliados a la UGT. Para hacer frente a la importancia               de estos sindicatos surgió el nacionalista ELA-STV, que tenía               casi 11.000 afiliados al comienzo de la República. Los comunistas,               entre ellos algunos vascoparlantes muy activos de Donostialdea, eran               más de 13.000. En los sindicatos católicos había               11.218 campesinos vascos. En total, la mayoría de los obreros               vascos (44.114, por ser más concretos) estaba afiliada a los               sindicatos de izquierda; los sindicatos pro-eclesiales (incluido el               confesional ELA-STV) contaba con menos de la mitad: 23.768. En aquellos               tiempos convulsos, la actitud de los sacerdotes vascos se volvió               nítidamente política. La polarización se hizo               evidente, y cada vez más pronunciada a medida que avanzaba               la República. En Gipuzkoa –después se extendió               a todo el País Vasco- surgió el sindicato agrícola               católico Eusko Nekazarien Bazkuna. Argia se convirtió               desde sus comienzos en portavoz e impulsor. Sus estatutos aparecieron               en las páginas del semanario, por ejemplo. 
            La tensión entre la ciudad y el campo se volvió también               más acusada. Otros grupos de sacerdotes desempeñaron               igualmente labores de propaganda durante la República. Tenemos               que recordad, por ejemplo, cómo en 1932 apareció la               Agrupación Vasca de Acción Social Cristiana, que en               euskera editó, en San Sebastián, la revista Gure Mutillak,               cuyo impresor era el mismo de Argia, Ricardo Leizaola, hermano de               Jesús María de Leizaola. Algunas órdenes religiosas               comenzaron a publicar sus propias revistas, alguna de ellas muy longeva:               Karmen’go Argia, de los carmelitas, por ejemplo. Aunque de vida               mucho más corta, resulta interesante Arrati’ko Deya,               que apareció en Villaro (Bizkaia) entre 1931 y 1932, una revista               mitad religiosa, mitad local, cuyo director fue el cura de Zeanuri               Eulogio Gorostiaga. Siguiendo la estela de la página en euskera               del diario jeltzale Euzkadi, en Arrati’ko Deya dieron una notable               importancia a la información de los pueblos vizcaínos,               y por ello podemos considerarla el primer precedente del hoy tan activo               movimiento de prensa local en euskera. Además, dio mucha importancia               a las fotografías. La ideología, no hace falta decirlo,               era nacionalista. El subtítulo lo decía todo: Jaungoikoa               eta Lagi Zarra, el lema de Arana, y el lugar donde se vendía               eran los locales bilbaínos de Euzko Gaztedia.
          ¿Qué buscaban todas aquellas revistas? Lo que de forma               inmejorable exponía la profesora de la Universidad de Oxford               Frances Lannon en su tesis doctoral: “Los núcleos agrícolas               de reducidas dimensiones y formados por explotaciones pequeño-campesinas               se caracterizaban por una gran estabilidad. Este tipo de núcleos               constituían el marco más adecuado para la acción               eclesiástica”. Llegada la República, y sentido               el nuevo régimen laico como una amenaza por los religiosos,               éstos se alinearon con aquellos partidos políticos que               supuestamente defendían sus intereses. Los sacerdotes vascoparlantes               se hicieron nacionalistas, y surgieron los que Antonio Elorza denominó               “sacerdotes propagandistas”. Joseba Ariztimuño               Aitzol fue su más destacado representante. Él y otros               pusieron en marcha la asociación Euskaltzaleak y su revista               bilingüe Yakintza. Era un medio de comunicación teñido               de ideología nacionalista. Existían, sin embargo, otros               medios menos ideologizados. Venía de antiguo la Revista Internacional               de los Estudios Vascos que había puesto en marcha Julio de               Urquijo y que se convirtió a partir de 1918 en la revista de               la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza, siempre dirigida               por el propio Urquijo. El surgimiento de la Sociedad de Estudios Vascos,               siguiendo el modelo del Institut d’Estudis Catalans, es un acontecimiento               muy importante para la institucionalización de la cultura vasca,               sobre todo en un pueblo que, a pesar de solicitarlo sin desmayo, carecía               de Universidad. Al año siguiente, en 1919, de la mano de la               Sociedad se creó la Academia de la Lengua Vasca-Euskaltzaindia,               presidida por Resurrección María de Azkue y entre cuyo               fundadores se hallaba también Urquijo. El criterio para elegir               a los primeros académicos fue nombrar como tales a los directores               de las publicaciones periódicas en euskera. Sólo rehusó               participar quien se había erigido en líder de los aranistas               en lo lingüístico y responsable de la sección euskérica               del diario Euzkadi, Evaristo Bustinza Kirikiño. Esto nos demuestra               qué importancia le dieron al periodismo quienes impulsaban               la cultura vasca.
El proyecto de diario en euskera
            Por eso se planteó en serio un viejo sueño: el proyecto               de diario en euskera. Estamos en 1929. La dictadura de Primo de Rivera               está agonizando, y hay algo más de libertad para organizar               algunas iniciativas en torno a la cultura y la lengua vascas. La Sociedad               de Estudios Vascos organizó en 1927 y en años sucesivos               cursos de verano, y antes había organizado varios congresos               de estudios vascos y montado un comité de apoyo a la Universidad               vasca. En el que en 1927 se celebró en Vitoria, el IV, se planteó               la enseñanza del periodismo, cuando aún no había               en España ninguna escuela de periodismo ni mucho menos facultad               alguna. El que algunos años después dirigiría               el primer centro de enseñanza del periodismo en España,               Manuel Graña, disertó en el Congreso de Estudios Vascos               sobre eso: "Los directores de la Sociedad [Eusko Ikaskuntza]               saben muy bien lo que significa hoy el periódico en la vida               de las naciones civilizadas y, por lo tanto, se dan cuenta también               de la importancia de dicha profesión y del modo posible de               enseñarla". En los cursos de verano que Eusko Ikaskuntza               organizó en San Sebastián en 1929 tomó parte,               entre otros, José María Agirre Lizardi, que en principio               se iba a encargar de conducir un curso de práctica de la lengua               vasca, pero que presentó también el proyecto de periódico               en euskera. Para que no se quedase todo en el difuso mundo de las               buenas intenciones, también presentó un número               cero, que no se conserva. Tuvo dos intervenciones: en la primera expuso               el proyecto teórico, en el segundo el ejemplar mencionado,               del 9 de julio, sin título. Junto con el ejemplar, un cuestionario               que se repartió entre los periodistas presentes. Se discutieron               el diseño, número de profesionales y distribución               del trabajo, así como los presupuestos, y se constituyó               un comité para impulsar el diario. Además de Lizardi,               estaban en ese comité Miguel Esparza, Ricardo Leizaola, Txomin               Arruti y Ander Arzeluz.
            Tras ese proyecto también se hallaban los Euskaltzaleak. Y               Argia tenía también cosas que decir: el ejemplar distribuido               en el curso de verano se imprimió en sus talleres. Lizardi               y otros pensaban que no se podía crear un nuevo diario, y comprar               una nueva imprenta ni contratar nuevos trabajadores, sino convertir               Argia en diario.
            ¿Qué tipo de diario pretendían? Íntegramente               en euskera, por supuesto, aunque algunos lo propusiesen bilingüe               o con alguna sección en castellano; informativo y competitivo               con los diarios en castellano, distribuido en todo el País               Vasco, de tamaño grande, como El Sol o La Voz de Madrid (diarios               serios), aunque otros preferían el no demasiado popular entonces               formato tabloide. En opinión de todos, el diario debía               ser cristiano.
            Como no existía una lengua estándar, los grandes escritores               vascoparlantes, de talante integrador, se revelaron más necesarios               que nunca. En mayo de 1929, Lizardi llamó a Pablo Fermín               Irigaray, médico y periodista navarro. El problema principal               era, sin embargo, conseguir lectores. La alfabetización en               lengua vasca estaba prácticamente en mantillas, y por eso se               puso toda la confianza en los niños, y en que éstos               leerían a sus mayores los textos.
          La última referencia al diario en euskera que hemos encontrado               en Argia data del 16 de marzo de 1930, cuando informan de una reunión               de Euskaltzaleak celebrada en Zumaia, en la cual Lizardi expuso que               harían falta 3.000 suscripciones para mantener el periódico.               Parecía el momento óptimo para una iniciativa de este               tipo –aún hoy lo parece-, puesto que la coyuntura política               lo permitía, existía una masa lectora, la que se había               procurado Argia, se habían dado los pasos para la modernización               técnica de este medio pero, por problemas claramente económicos,               no se convirtió en el primer diario íntegramente escrito               en lengua vasca. Habría que esperar siete años, ya en               plena Guerra Civil, para que se publicase Eguna, el primer cotidiano               en euskera, en una situación bien diferente.
A falta de diario, semanarios
            Como respuesta a la falta de un diario, los nacionalistas del PNV               publicaron un semanario en euskera y un diario en castellano. El diario,               donostiarra, fue El Día, y se reservó una página               para publicar a diario una sección en euskera dirigida por               Ander Arzeluz. Por otro lado, un escritor en euskera que comenzaba               por entonces a darse a conocer, Esteba Urkiaga Lauaxeta, impulsó               un semanario en Bizkaia (y en el peculiar euskera purista sabiniano):               Euzko. Duró relativamente poco, desde 1932 hasta 1934. Fue               su director Manuel Ziarsolo Abeletxe y su ideología fue nacionalista               radical. Es heredero, en cierto modo, del trabajo desempeñado               por Bustinza en la sección euskérica de Euzkadi desde               1913. Tal vez fuese una prueba para un hipotético diario en               euskera del PNV, como corroborarían estas palabras de Ziarsolo               recogidas por Gorka Reizabal:
            [Ziarsolo] se levanta en una reunión del Bizkai Buru Batzar               para insistir en la idea de la necesidad de un diario ‘euskeldun’               y para lanzar una frase que en aquel momento pareció fanfarronería:               ‘Si me dais dinero, yo lo hago’. Eso debió ocurrir               hacia el año 1932 pero nadie le dio crédito.
            Es cierto que utilizó todo tipo de recursos periodísticos:               fotos (de notable calidad, además), titulares corridos, tiras               cómicas (la titulada Peru Malluki, un euskaldun campesino y               cateto del que se contaban sus aventuras y sus sorpresas al enfrentarse               a un mundo más bien urbano) y caricaturas, noticias de los               pueblos, internacionales y de deportes –y no sólo pelota-               incluso los modernos: fútbol, ciclismo, boxeo. El semanario               se hacía en Bilbao, aujnque contaba con la aportación               de algunos periodistas guipuzcoanos, como por ejemplo la nueva sensación               del bertsolarismo –no era habitual que los bertsolaris estuviesen               alfabetizados y escribiesen en su propia lengua- Inazio Eizmendi Basarri.
            Desaparecido Euzko, podemos decir que Argia se quedó como máximo               representante del periodismo euskérico. Fracasado el proyecto               de diario en euskera, se vio obligado a explorar otros caminos. Políticamente,               se pronunció indiscutiblemente por el Estatuto. El semanario               donostiarra comenzó a ofrecer informaciones y fotos de los               mítines nacionalistas. El fotógrafo eibarrés               Indalecion Ojanguren comenzó a publicar sus trabajos. Junto               con aquellas imágenes de actualidad, abundan las que fortalecían               una mentalidad conservadora: paisajes y montes de Euskal Herria, por               ejemplo. En aquellos días conflictivos intensificó sus               colaboraciones en Argia John de Zabalo Txiki. Por un lado, se reprodujeron               algunos de sus carteles; por otro lado, algunos trabajos propiamente               realizados para el semanario, aleluyas propagandísticas en               defensa del Estatuto. La primera, en concreto, es del 19 de noviembre               de 1933. Junto con ellas, se publicaron bertso berriak, viejos recursos               tal vez adaptados a un mundo nuevo. Para entonces, sólo los               nacionalistas se pronunciaban a favor del Estatuto vasco. En aquellos               dibujos de Txiki aparece un vasco adornado con todos los supuestos               atributos y símbolos de los vascos, un euskaldun jatorra, y               detrás de él, el caserío, la casa, la familia.               En la cabeza una txapela, está ahuyentando a dos jauntxos de               la ciudad, vestidos con levita y chistera. Bajo la imagen, un texto               que traducimos: “Aguantad... aguantad, que es nuestro”,               y algunos versos. Como antes, en Argia se hacían llamamientos               en pos de la unidad de los vascos católicos, y en especial               se dirigían a los carlistas.
            La colaboración de Zabalo empezó, sin embargo, antes,               con una serie de dibujos sin matiz político. Comenzó               junto con Lizardi, lo que se nos antoja del todo significativo, ejemplo               del esfuerzo de toda una generación, de unos jóvenes               nacionalistas de convicciones, tradicionalistas pero a la vez, al               menos en las formas, conocedores de las corrientes estéticas               foráneas. Lizardi escribía una columna semanal, Berriketak,               ilustrada por Txiki con unos dibujos simples y limpios, humorísticos               y naïves. Los de la República, sin embargo, son mucho               más políticos, más didácticos, más               combativos, como correspondía a unos tiempos tormentosos. Para               ello, como ya hemos dicho, recuperó un género ya superado,               las aleluyas, que cantaban en otro tiempo los ciegos. Bajo cada viñeta               aparecía un texto o didascalia en verso. Se empleó la               tricromía para dar más fuerza a las imágenes.               ¿Por qué se emplearon entonces esos géneros en               la prensa en euskera, en vías de clara modernización?               Recordemos las palabras esclarecedoras de Julio Caro Baroja:
            Las aleluyas no son, en general, un género infantil, sino infantilizado               (...) que tuvieron su máximo momento de esplendor en tiempos               de doña Isabel II y en los años inmediatamente posteriores               a la revolución de 1868. En aquellas épocas tan lejanas               la aleluya fue cultivada , incluso en revistas de gran circulación               en tierras de habla española. La aleluya constituye como la               última fase en el proceso de resumir, de abreviar los relatos.
            Lo que aparece en el texto es importante, el dibujo no es sino una               apoyatura, para que quien lee u oye pueda guiarse por el impacto visual.               Al contrario que en el comic, imagen y texto no son complementarios.               El texto lo explica todo, el dibujo no. En el comic, en cambio, ambos               elementos forman parte del corpus narrativo.
            Ese tipo de géneros, sobre todo, estaban pensados para llegar               a un público más bien iletrado aunque, como explica               Julio Caro Baroja, “hay iletrados e iletrados como existen múltiples               clases de personas letradas. Lo que interesa a unos no interesa a               otros. Lo que se quiere mostrar a las distintas clases de iletrados               es disinto también. El fin moralizador y religioso de la imagen,               puesto de relieve por el sínodo de Arras, es un fin sensacionalista               en el cartelón; y en imágenes parecidas en algo de lo               formal al retablo y al cartelón, puede pretenderse obtener               fines pedagógicos de distinta índole, efectos humorísticos,               etc.". Queremos subrayar las palabras "moralizador y religioso",               porque nos parecen bien denotativas. Son características propias               del género, pero, además, coinciden con la ideología               de Argia (y de otros medios de comunicación en euskera), puesto               que su objetivo era religioso y moralizador. El objetivo era también               llegar a los niños, puesto que ellos eran quienes sabían               leer en euskera. A través de ellos penetró la prensa               en euskera en los caseríos, los hogares, los pueblos y las               ciudades. Aquellas aleluyas se publicaron para hacer el mensaje más               claro. Argia, por otra parte, también mostró alguna               confianza en los comics, a pesar de lo cual ya sabemos que Txistu               fracasó. Por seguir con los recursos gráficos, emplearon               este género populista en un momento concreto. Una vez que el               proyecto de Estatuto de 1933 fracasó también, dejaron               de lado aquellos experimentos. Eso sí, no cejaron en su empeño               a favor del euskera: los Leizaola compraron para su imprenta una máquina               revolucionaria de rotograbado y comenzaron a convertir Argia en un               photomagazine en la línea de Life o Paris Match. Por otro lado,               a falta de una variedad lingüística unificada, -basado               en las ideas de Garitaonandia, Azkue, también de lengua vizcaína,               había propuesto su guipuzcoano completado- en Argia ensayaron               un modelo de lengua periodística muy sensato, “un euskera               guipuzcoano [central o del Beterri] fácil y claro”. Sabemos               que organizaron una oficina en San Sebastián encargada de corregir               y unificar los textos, según una especie de libro de estilo               publicado en 1928, que llegaban de los corresponsales en los pueblos,               y ofrecieron un puesto –que rechazó- al propio Basarri.               Conscientes de la importancia de la imagen, el último paso               fueron las excelentes fotografías a toda plana publicadas en               los números de 1935 y 1936, que también valían               como portadoras de un claro mensaje ideológico. En esto aparece               clara la utilización que hacían los hombres de iglesia               de todos los elementos comunicativos. Según lo explicado, podemos               decir dos cosas: primero, que Argia empleó de forma creciente               los recursos gráficos, bien sean dibujos, bien fotografías,               y que además se emplearon cada vez mejores medios técnicos               para su reproducción, lo que demuestra la confianza que tenían               en el valor comunicativo de la imagen; y, en segundo lugar, que la               utilización de las imágenes seguía las viejas               concepciones de la Iglesia católica y que no eran en puridad,               por lo tanto, modernas. La Guerra Civil acabó con toda esa               progresión.
          En el País Vasco continental, por otro lado, las cosas eran               completamente distintas. Allí no había ningún               partido político propio, puesto que el Estado francés               era bastante más centralista que el español, y para               conseguir la cohesión de los vascos –sobre todo los vascos               de lengua- el obispado de Bayona y los candidatos conservadores, como               Jean Ybarnegaray, presidente de la Federación de Pelota y que               andando el tiempo se convirtió en ministro del Gobierno pro-nazi               de Vichy, se apoyaban en el viejo semanario Eskualduna, que databa               de 1887. Este semanario apenas empleaba recursos gráficos.               Piarres Lafitte y otros jóvenes intentaron en la década               de los años 30 una alternativa, Aintzina, una revista regionalista,               pero la primacía de Eskualduna se mantuvo intacta hasta que               fue cerrado por los nuevos mandatarios franceses tras la Liberación               en 1944.
El euskera en la radio
            Aparte de los medios escritos, también emplearon la recién               nacida radio aquellos vascos que, animosos, pretendían hacer               del euskera una lengua culta y moderna, sobre todo aquellos que vivían               en San Sebastián. De nuevo, quienes se hallaban en la órbita               de Argia se emplearon en ello. En 1925 se creó, gracias al               concejal donostiarra Sabino Ucelayeta, Radio San Sebastián,               y ese mismo año Ander Arzeluz y Joseba Zubimendi comenzaron               a difundir programas en euskera por las ondas. No nos queda grabación               alguna de la época, ni siquiera textos, pero sabemos que era               un programa semanal, en el que aparecieron destacados euskaldunes               de la época, como el humorista Pepe Artola. Se debe a Argia,               en concreto a un tal Nabarriztarra, la invención de la palabra               irrati, derivada del verbo irran. Si el cine no era visto con buenos               ojos, tal vez porque la debilidad de la imprenta invitaba a pocas               alegrías, la radio suscitaba en cambio encendidas esperanzas,               en el convencimiento de que era un instrumento inmejorable para difundir               la lengua y los valores a ella adscritos.
          Éste era el panorama informativo en la época de John               de Zabalo Txiki, difícil pero esperanzada, repleta de contradicciones               pero llena de buenos augurios. La situación parecía               inmejorable de cara al futuro, y en eso llegó la Guerra y lo               cortó todo.